Rita Fernández: ‘Así canto yo’
Por Uriel Ariza-Urbina
En aquel hogar de la plácida Santa Marta de los años 50 solo se escuchaba vals, jazz, bolero cubano y piezas clásicas que llegaban lejanas en buques desde el otro lado del mar. A veces se colaban en la radio los vallenatos de Andrés Landero, Alejo Durán y Luis Enrique Martínez, pero eran efímeros. No había espacio para un ritmo que la sociedad consideraba una amenaza a las buenas costumbres y sin interés artístico. María del Socorro Padilla era una apasionada maestra del piano, y su esposo, Antonio María Fernández, un guitarrista consumado, ambos de sangre guajira. Su encuentro los amarró al amor. Y a la música.
De los cinco hijos había una niña que parecía beber más de aquella fuente de inspiración, que ya venía en la sangre. A los cuatro años y abrazada a su muñeca empezó a tomar clases de piano. “Bueno, o la muñeca o el piano”, le decía su madre. La niña se sentaba al piano, y su muñeca esperaba. Un día murió el perro de la casa, y cuando lo iban a enterrar sintió el impulso de cantar. Acompañó su tristeza con un estribillo infantil de adiós al animalito. “Fue el primer anuncio de lo que haría el resto de mi vida”. Esa niña, que desde entonces no ha dejado de componer música al amor y a la vida, era Rita Fernández Padilla, más adelante uno de los hitos en la historia del folclor vallenato.
Siguió aprendiendo piano bajo el rigor de la academia, hasta su adolescencia, cuando se dio cuenta que algo no la dejaba expresar su libertad creativa. Entre los minuetos de Bach, los Nocturnos de Chopin y las polkas alemanas, se le atravesaban los cantos pueblerinos de Martínez, Durán y Landero. “Me enamoré de esas letras en apariencia simples, pero con tanto sentimiento”, dice la maestra Rita Fernández. “¡Por qué estás desvirtuando la enseñanza de tu madre, el piano es un instrumento fino, qué le ves a ese acordeón, esa caja y guacharaca!”, le decía su padre.
Y no era para menos. La llegada del piano a su casa revolucionó a Santa Marta. A comienzo del siglo XX, un familiar viajó a Nueva York y aprovechó para encargar un piano que su abuela le regalaría a su madre, de 15 años. En la afamada casa Wing&Son le dijeron que nunca habían fabricado un piano para Colombia, pero sería una buena oportunidad. En seis meses llegó un telegrama a Santa Marta anunciando el arribo del piano en un barco que había sido bombardeado por un submarino ruso. La madre le cuenta a Rita que aquella tarde el puerto se llenó de curiosos para ver a un enorme guacal de una tonelada con un piano de mil dólares de la época en su interior. “Le debo mucha inspiración a ese piano, y a mi tutora madre”.
Las notas de ese piano y las guitarras sonaron en la casa de Rita hasta que le apareció compañía: el acordeón. Don Antonio, siempre inquieto por las novedades de los barcos alemanes, vio un día un acordeón piano y pensó en Rita. Lo compró y se lo regaló. Pero su adolescente hija no tenía en mente la música de cámara ni los valses europeos. Le sacaría melodías que venían de una tierra idílica, bajando de la Sierra Nevada. Un día llegó a su casa su primo Alonso Fernández Oñate, y le preguntó qué estaba componiendo. Rita le interpretó una melodía, y Alonso dijo: “Esa es la música que necesito para una letra que tengo”. Así nació ‘Romance Vallenato’, grabada luego por Alfredo Gutiérrez.
Al otro lado de la Sierra unos jóvenes estaban creando una nueva manera de cantarle al amor y a las costumbres provincianas. Fredy Molina, Gustavo Gutiérrez, Santander Durán, Octavio Daza, Beto Murgas, y el mismo Alonso Fernández, entre otros, enamoraban a un pueblo con sus canciones. A los 13 años, Rita fue de vacaciones a Valledupar y escuchó a Gustavo Gutiérrez. “Yo tenía predilección por los juglares, y cuando escuché a Gustavo interpretar ‘Cecilia’, me emocioné; supe que esa era mi expresión, y por allí encontré el puente en una música de hombres”. Fueron las canciones que marcaron su estilo ensoñador. A sus 17 años hizo su primera canción: ‘Amor y pena’, un consuelo a las desventuras de una de sus amigas.
“Si sientes mucha pena / por culpa de un amor / déjalo que se aleje / no sufras corazón”.
Cuando escuchó que en Valledupar se haría el primer festival vallenato, Rita reunió a sus amigas y empezaron a practicar, porque se presentarían al evento. Hasta entonces ninguna mujer se había atrevido a ejecutar y cantar vallenatos. Era una música hecha por juglares, con ellos había nacido y así debía ser. “Pudo más la fuerza musical que yo traía en mi alma, que cualquier choque cultural. Solo imperaba la pasión por hacer mi vallenato”. Las mujeres de entonces se resignaban a disfrutar en silencio, sabiendo que eran las musas de todo aquel derroche de sentimientos y nostalgias de los compositores.
Rita siguió adelante con su proyecto, y en abril de 1968 su grupo Las Universitarias llegó a Valledupar para cantar la música de los juglares: el primer conjunto vallenato de mujeres. “Nunca pensé si nos verían con buenos ojos. Nos subimos a la tarima, interpretamos canciones inéditas y otras conocidas, y los aplausos no paraban”. Ese día Rita y sus amigas hicieron historia. Al bajarse de la tarima, aquellas jóvenes entre los 18 y 19 años y vestidas de ‘shorts’, dieron autógrafos hasta en la corteza de las ceibas. “Éramos como el Carlos Vives de la época”, recuerda Rita.
El productor Santander Díaz estaba allí y les propuso su primera grabación. Viajaron por varias ciudades del país, Panamá, México, Venezuela y Estados Unidos. La fiesta duró poco, porque los novios de Las Universitarias les dieron un ‘tatequieto’ de celos. Les dijeron adiós a un capítulo de la música vallenata, que luego resurgiría en los años 90. Y fue un adiós de esos que duelen el que inspiró a Rita a componer ‘Reflejos de amor’, una tarde que vio alejarse a un enamorado que partía a Italia a continuar sus estudios. Alfredo Gutiérrez convirtió aquellos cortos versos de dicha perdida en un inolvidable estribillo para el desamor que aún provoca añoranzas en una generación.
“Aunque estés muy lejos, siempre soñaré / y de tu recuerdo de amor, yo viviré.
Y si estoy contigo, qué más pediré / de todas las penas, así me olvidaré”.
Rita siguió libre en su espíritu y emprendió su obra musical. Tuvo su encuentro con la parranda vallenata, pero lo suyo era la tranquilidad de la naturaleza con su cielo y estrellas. Un día Rafael Escalona la llevo de la mano a la oficina de Guillermo Cano, director de El Espectador. “Te presento a Rita Fernández, la única mujer que hemos admitido en el vallenato”, le dijo Escalona. Rita dice que se quedó pensando. Después de su atrevimiento musical se creía que las mujeres continuarían su obra, pero no fue así. El vallenato siguió anclado a la vieja usanza, aunque varias mujeres fueron partícipes de la riqueza del folclor, como la ‘vieja Sara’, Fabriciana Meriño, que compitió con su acordeón a los 16 años al lado de Alejo Durán, la ‘Polla’ Monsalvo, Cecilia Meza, Consuelo Araújo, entre otras.
Rita es hoy la última juglaresa del vallenato, y no ha parado de tocar el piano, la guitarra y componer y cantar. Le han grabado más de 30 canciones y tiene 7 álbumes. Jorge Oñate, Armando Moscote, El Binomio de Oro, Los Hermanos Martelo, Héctor Zuleta, son algunos artistas que interpretaron sus obras. Y aunque suene raro, Fruco y sus Tesos le grabó ‘El son del tren’, que no parece guardar relación con su temperamento reposado. Pero esta canción es una metáfora al amor. Rita se estremecía de miedo con el retumbar nocturno de El Expreso del Sol cruzando a Santa Marta. “Una noche pensaba en ese tren pesado llevando su carga, y lo comparé con alguien que debe soportar el peso de la vida”. Así nació el famoso tema salsero, porque después de todo el sufrimiento fue el que alimentó a la música.
No es amante de los escenarios, pero algunas de sus mejores cantos se conocieron allí. En un Festival Vallenato, en los años 80, estaba presentando con Cecilia Meza su canción ‘Tierra blanda’. Jorge Oñate la escuchaba en la radio mientras cruzaba el puente Salguero, y fue directo a la tarima. “Oye Rita, esa canción tuya me para los vellitos; quiero grabarla”. No ganó, pero fue un éxito. En 2010, Rosendo Romero recomendó escuchar ‘Sin dejar una huella’, para el concurso de Clásicos del Festival de Compositores de San Juan del Cesar. Ganó. Y con esta canción, una de sus favoritas, Rita Fernández abrirá un concierto virtual a través de las redes sociales, donde lanzará su sencillo con varias de sus composiciones inéditas, una producción que ha despertado una gran expectativa en todo el país.
Desde que conoció a Valledupar tenía claro donde quería vivir toda su vida. Allí está su inspiración, desde la Sierra Nevada hasta el embrujo de Patillal. El ‘Valle que llevo dentro’ es su última canción en gratitud al pueblo vallenato, que la hizo su hija adoptiva. En Valledupar pasó el encierro de la pandemia, y creó ‘Meditación’, una reflexión sobre el mundo que se nos vino encima. Desde allí también siguió en su labor apoyando a los compositores, como Presidenta de Sayco, un cargo que la ennoblece. “Estoy orgullosa de la única entidad en Colombia que lucha por que se respeten los derechos de autor, aunque a veces no recibamos el apoyo merecido. Admiro y respeto la labor incansable del Consejo Directivo de Sayco, en su propósito de valorar y hacer respetar a los autores y compositores, y en tenderles la mano cada vez que la necesitan”.
Las canciones de Rita Fernández no han cambiado con el tiempo y se resisten a las influencias comerciales. Admite con pesar los cambios bruscos que ha sufrido el vallenato. “De pronto muchos se creyeron compositores y la gente les creyó. Se encandilaron con la fama y el dinero, por eso la mayoría de estas canciones tienen mala vejez”. Está convencida de que el vallenato de raíz costumbrista está más actual que nunca a pesar de los años, porque cada vez que sale una producción de los nuevos artistas, por alguna razón la gente vuelve los ojos a los temas clásicos. La muestra son las presentaciones virtuales de los compositores de siempre, que cada vez tienen más acogida. Al parecer, cada canción de la última generación, desempolva dos de las viejas.
Dicen que el tema el ‘Amor, amor’, tal vez el más lejano rastro de un vallenato, cantada en la Guerra de los Mil Días por soldados liberales y conservadores se iba a convertir en el himno de Valledupar, pero cuando se abrió la convocatoria para escoger el tema que más exaltara a la ciudad del Cacique Upar, Rita ya tenía la letra y la música. Contemplativa, consintiendo a su piano, dice que no ha grabado su mejor canción: ‘Así canto yo’, tal vez porque los artistas saben que cuando paren sus obras más íntimas, ya no vuelven a ser suyas.