Cholo Valderrama: “Soy un campesino que canta”
Por: Uriel Ariza-Urbina
“Si uno no le canta a la vaca, no da leche, pero si es una mujer la que canta, da más leche”, le dice el ‘Cholo’ Valderrama a Carlos Vives en su finca del llano, mientras buscaba inspiración para una canción que resumiera las raíces musicales de Colombia. El Cholo le confiesa a Vives que no hay nada que motive más a un llanero a cantar que ir montado a caballo. Y no terminó de decirlo cuando un caballo relinchó. “Te están oyendo cholo”, dijo Vives sorprendido. “Me están oyendo, me están oyendo”, dijo el Cholo entre risas. A Vives le recordó al viejo juglar de la provincia vallenata, que a lomo de mula y caballo también cantaba para matar el hastío.
“El llanero le canta a la soledad, cabalga solo, durante horas; y quedarse callao ni po’el carajo. Ahí es cuando llega la música”, dice el Cholo. “Mi caballo y yo somos uno solo, como el llano, solitario”. Y fue la memoria de un caballo el que lo inspiró a crear su trabajo discográfico ‘Caballo’, ganador del premio Grammy 2008 como mejor álbum de música folclórica, que lo convirtió en una celebridad. “Ese caballo se llamaba Bravuco”, dice el Cholo, quien tiene más razones para querer a estos animales. Su hijo de 13 años sufrió un infarto cerebral y quedó con una cierta discapacidad para caminar. “Lo llevé donde un señor que se había curado de cáncer con una terapia de caballo. Lo montó en el lomo del animal, y me dijo: en un mes está caminando. Y así fue”.
A los 14 años el Cholo no resistió la tentación y le dijo a su papá que le dejara montar. “Cuando me bajé me sentí el hombre más fuerte del mundo”. Y desde entonces empezó a tararear canciones cada vez que cabalgaba en su caballo. Años más tarde se presentó a un festival de coplas en San Martín, y se lo ganó. “Ese día supe que valía la pena cantar música llanera”. Grabó un par de canciones en un casete y se fue de puerta en puerta a las emisoras, pero le cerraban las puertas o no le paraban bolas. La que sí le paró bolas fue el amor de su vida, su esposa Carmen Elisa, una estudiante de Economía apasionada del llano y su canto. Se la presentaron. “Me gustó, y le dije: negra, levánteme el sombrero para tumbarle un toro”.
Se casaron, y él la acompañó a los Estados Unidos para que continuara sus estudios. Allí buscó lo suyo, y en pocos días consiguió trabajo en un rancho durante dos años, y con su inglés ‘atravesao’ también hizo un curso de técnicas vocales para afinar su melodioso ‘grito’ llanero. “La acompañé a que cumpliera sus sueños de estudio, y ella a mí en mis andares musicales”. Y siguió con la música, tocando puertas. Le daban la espalda, y quienes lo recibían le decían que su música no tenía futuro porque no era comercial. “Me sentí maltratado, humillado” En 1976 grabó su primer larga duración, y una de sus canciones se quedó en el gusto de los llaneros hasta el día de hoy: ‘Quitarresuellos’.
“Un domingo nací yo, y un lunes me bautizaron / El martes supe de amores, el miércoles me casaron / El jueves dormí con ella, el viernes le di un palo / El sábado se murió y el domingo la enterramos / El lunes tuve de luto, con un guitarro en la mano / El martes a buscar otra, porque solo no me amaño”.
“Nuestra música le gusta a todo el mundo, pero no se vende”, dice el Cholo. Hoy el joropo se toca con arpas hechas en Francia, donde gusta mucho; el ‘cuatro’ es eléctrico y los músicos son universitarios, “pero la música auténtica es la que se hace en el llano adentro, allá donde no hay luz ni agua y el pobre trabajador llega cansado y se acuesta en su chinchorro y canta sus penas y alegrías”, dice el Cholo. La generación de hoy no se inspira en las viejas costumbres, “no es como nosotros, que hasta duendes conocimos”.
El Cholo cuenta que hace muchos años tuvo un encuentro con lo sobrenatural, como si los espantos acecharan a los músicos parranderos y mujeriegos, como el encuentro de Francisco El Hombre con el diablo. Un día iba solitario en su caballo con unos tragos encima, y se paró bajo una mata legendaria donde decían habitaba la ‘Sayana’, una mujer de aspecto grotesco, vestida de blanco, cabellos largos y dientes grandes que perseguía a los hombres infieles. “Yo estaba medio rascao y sentí un aire frío en mi cuello y el pelo se me esponjaba. ¡Mierda, es la Sayona, me va a comer! Me acordé que mi papá me decía que no volteara a verla, pero no aguanté las ganas, y la vi flotando en el aire, y agarré carrera. Le dejé mi sombrero, y al llegar a la casa se me pasó la borrachera”.
Dice que la muerte lo ha visitado desde entonces. Un día cogiendo a un toro se cayó de un caballo y se quebró varios huesos y estuvo en coma. Cuando despertó medio inconsciente empezó a silbar, porque “el llanero que no canta, silba, y si no silba se enferma”, dice el Cholo riéndose. En 2018, antes de un concierto, lo sorprendió una dolencia en el corazón, y pensó que era el final de los escenarios. Los médicos le dijeron que no podía cantar, montar a caballo, ni usar cuchillo, ni tocar el cuatro. “Doctor, que pena pero yo no puedo dejar de montar, porque ahí sí me muero, le respondió el Cholo. Un mes después estaba con un micrófono cantando en el Teatro Julio Mario Santo Domingo de Bogotá. Y siguió montando a caballo. Hay otro recuerdo que lo sobrecoge, pero no de miedo sino de dolor: la muerte de sus padres. “Como lloró la sabana cuando mi taita murió”.
El más llanero de los llaneros nació un 23 de agosto en Sogamoso, Boyacá, por razones de la violencia. Su padres campesinos debieron huir a comienzo de los años 50, despojados de sus tierras por los guerrilleros liberales que luchaban contra el grupo conservador ‘Los pájaros’. A los cuatro años se devolvieron a su finquita y allí empezó a vivir la experiencia de ser llanero. “Soy un campesino que canta, vivo en el campo, como del campo, alimento mi alma del campo”, dice con orgullo.
El maestro Cholo Valderrama tiene más de 20 producciones musicales con las que ha viajado por el mundo difundiendo su canto, hasta Rusia y China, pasando por Alemania, Inglaterra, México, Francia, y otros. “Soñé viajar con mi música, no para conocer ni por placer, sino para que el mundo supiera de nosotros los llaneros”. El escritor ruso León Tolstoi dijo una vez: “Describe a tu aldea y te harás universal”. El Cholo lo logró. Llevó su canto a donde era impensable. Hoy siente más apego por la raíz de los cantos llaneros y no quiere que cambie. “No me gustaría que nuestra música se volviera comercial como el vallenato, porque perdería su esencia”, dijo el Cholo cuando le dieron el Grammy. En fecha reciente, el maestro Cholo Valderrama estuvo en una tertulia con sus amigos de Sayco hablando sobre el panorama de la música llanera, y para darle su respaldo a la única entidad que puede recaudar sus derechos de autor.
En su finca canta todo el tiempo, hasta solo. Vive desde el año 1973 en su plácida parcela en la vereda Guanábana, municipio de Pore, Casanare. Cuando no está enrejando, sabaneando, marcando sus animales y cuidándolos como sus hijos, practica el coleo con sus amigos vaqueros en una manga. El coleo se usó desde el siglo XVI como entrenamiento para la guerra, y con el tiempo se volvió una actividad de esparcimiento cotidiano para la cultura llanera. “Hoy nos señalan de salvajes y bárbaros porque practicamos el coleo, pero yo creo que es por el olvido estatal tan arrecho que tenemos”, dice el Cholo, quien expresa su dolor al ver el atraso en el que se encuentra su región, asolada por el abandono y más de medio siglo de violencia.
Hace poco el Cholo prestó su voz para narrar el documental ‘Jinetes del paraíso’, un documental de una década sobre las riquezas del llano, que se estrenará muy pronto. Es que el Cholo casi canta cuando habla, y reconoce que así expresa mejor sus pensamientos y el amor por su tierra y su cultura.
“Yo soy llanero campesino hasta la cacha / me gusta dar serenata cuando estoy emparrandao / soy un llanero amansador de potrancas, consentidor de muchachas, criollito y patirajao”.
“Mi orgullo no es ser artista, es seguir siendo campesino, porque así es como sé vivir la vida”, dice el Cholo. Wilson Orlando Valderrama Aguilar, el hijo de Don Manuel y Doña Ana quiere ser recordado como un campesino que canta. Una cosa es cierta: ya no se puede hablar del llano sin nombrar al Cholo Valderrama y su canto inmortal.